sábado, 16 de octubre de 2010

Cambio climático


Una vez que amainó la tempestad de mariposas, nos enfrentamos a un huracán de flores rojas que cubrió totalmente el desierto de las alcachofas, mientras aquel reloj malintencionado decidía la secuencia y la duración de esos eventos, remplazando por completo a cualquier otro mando que alguna vez hubiese regido nuestro universo.

Los sorprendidos poetas que pretendieron rimar lo anterior, murieron de empalago galopante, o tal vez desistieron de hacerlo por falta de las palabras exactas, pues todo era de verdad inenarrable. El hecho es que las crónicas de todo aquello resultaron ininteligibles.

Por todo lo anterior, el Creador -completamente rebasado y humillado- decidió recluirse en el manicomio de celulosa y poliéster que se esconde discretamente dentro de un cáctus Armatocereus en el Kalahari, entre dos baobabs indignados capaces de cualquier cosa.

El cambio climático había, en efecto, alterado el planeta y la imaginación de sus habitantes, mucho más allá de lo estimado por los científicos convencionales.

Después de eso, ya nada fue diferente de lo que pensamos que pudo haber sido.

Lo más triste de todo es que el reloj maldito sigue sonriendo.