viernes, 23 de abril de 2010

Aratoleo, el íncubo

Íncubos: demonios masculinos encargados de generar sueños eróticos en las mujeres, las cuales en muchas ocasiones quedan inexplicablemente embarazadas.

Súcubos: demonios femeninos seductores de hombres.



Tras de haber seducido a decenas de miles de hembras humanas, Aratoleo empezó a sentir arrepentimiento por sus actos.

Belcebú lo había aleccionado desde el principio acerca de cómo seducir mujeres mientras éstas soñaban. A pesar de penetrarlas únicamente en los espacios oníricos, los embarazos que generaban en ellas eran reales, y él se vanagloriaba de haber complicado así la vida de muchas hembras humanas que no sabían como explicar a su marido, a su novio o a sus padres, el origen de aquello que crecía día a día en sus entrañas.

Sus colegas íncubos le decían que no cediera a los arrepentimientos, que eso era parte de la llamada crisis de los 40 siglos, problema muy normal en su estirpe.

Pero el problema de Aratoleo era muy diferente de lo que podría imaginarse. En una de sus incursiones sexuales, se había enamorado perdidamente de una hembra humana, de la que no debía, de Margarita.

La poseyó por primera y única vez una noche de verano. El sueño erótico que ambos vivieron fue increíble, al extremo de que vulneró del todo las defensas emocionales del íncubo, mientras que ella…

Margarita sabía mucho de la vida en cualquiera de sus facetas, mucho más que Aratoleo, y usaba todo tipo de recursos, anticonceptivos, brebajes y otras cosas.

Aratoleo no era el primer íncubo con que había lidiado. Habían sido muchos. Ella los usaba a su antojo, sobre todo en las raras noches en que ningún ser humano de carne y hueso aparecía en su lecho.

Aratoleo no encontró más que dos salidas a su crisis: reclamar de manera definitiva y exclusiva el amor de Margarita, o suicidarse.

Optó por la primera opción, pero la respuesta de Margarita lo dejó frío: ella era lesbiana, y estaba enamorada desde hacía mucho tiempo de un súcubo irresistible.

Esa noche, Belcebú recogió con tristeza el cadáver de su amigo, el íncubo Aratoleo. Su puño cerrado sujetaba la rosa roja que Margarita le había rechazado.