domingo, 1 de marzo de 2009

Lágrimas de estrella


Un hermoso lucero vino a mi consultorio.

A pesar de su belleza y de su majestuoso tamaño, decía ser una estrella infeliz. Quería desaparecer del firmamento.

Con todas las precauciones y la ternura que implica tratar el alma adolorida de un astro de esas magnitudes, la recosté a mi lado y le permití que desahogara sus penas.

Poco sabemos en realidad de las implicaciones en el ego de las estrellas, ni de lo que significa vivir miles de millones de años atrapadas por las fuerzas gravitacionales de la galaxia.

No existe la astropsiquiatría, ni siquiera en las novelas de ciencia ficción, así que le dije que, de alguna manera, improvisaría su terapia. Pero primero había que escucharla.

Me habló de su desesperación de ser uno más de decenas de miles de millones de astros brillantes en el universo; de pasar desapercibida en el firmamento; de no formar siquiera parte de una constelación llena de románticas o épicas leyendas; de carecer de planetas a quien calentar con su enorme energía; de brillar en vano para finalmente no ser vista o considerada por alguna pareja de enamorados a lo largo de la galaxia; de no tener nombre propio, sino simplemente un número de catálogo en los manuales de astronomía.

Traté de animarla recordándole su belleza y su portentoso tamaño; le hablé de las gigantescas reacciones de fusión de hidrógeno que se llevaban a cabo en su interior; de su influencia gravitacional en otros astros; de sus impresionantes tormentas superficiales de las cuales se desprendían enormes vientos estelares.
Todo fue inútil.

Al ver que yo nada le resolvía, se despidió agradecida por mi tiempo y mi atención, pero me dijo que había finalmente decidido explotar y así convertirse en una nova.

Así, temporalmente, sería el astro más brillante y llamativo en su sector del firmamento; que con eso sería algún tiempo fuente de inspiración de poetas y enamorados, la envidia de otras estrellas cercanas; fuente de polvo para la formación de nuevos cuerpos celestes.

Entonces, mientras se alejaba, vi algo que ningún otro humano había observado o imaginado antes: las lágrimas de una estrella que decía adiós al universo.