sábado, 10 de enero de 2009

Desfalleciendo de amor en Hookonia


Observo la tenue luz verde del segundo sol alejarse en el desvanecido horizonte, e inmediatamente mis pensamientos vuelan hacia ti. Tu hermoso ojo amarillo centellante aparece como siempre en mi memoria esténica, mientras los aswacos rojos cantan como todos los segundos ocasos cerca de mi solitaria caverna.

¿Por qué te fuiste? ¿En qué momento decidiste amar al gelatinoso watahari y abandonarme?

Nunca entenderé por qué dejaste nuestra placentera alaharana llena de ululas en flor, en donde mucha veces acaricié tu exquisita trompa verde llena de olorosas secreciones de color verde.

Sabías de sobra que los wataharis devoraban cabezas de ulurakis, y eso –mi amor- es de muy mal gusto. Quiero creer que no has cambiado tus hábitos y sigues alimentándote de ascetonias limpias, como ordenan nuestros libros sagrados. Quiero creer que sigues siendo una de nosotros. Quiero creer que algún día regresarás a mí, y que nuestros pedúnculos se retorcerán de nuevo al ritmo de los rítmicos alaridos de los warujos.

Y así, mientras el segundo sol de Hookonia se desvanece, mi nostalgia crece minuto a minuto con tu inmaculado recuerdo.

¡Oh, Macrimia, no sabes cómo te extraño!