sábado, 9 de febrero de 2008

Protozoarios

Histy vivía completamente feliz en una charca de agua fértil (sucia, dirían los humanos), rodeada de amigos microbios que la estimaban y que la acariciaban cariñosamente con sus cilios. Ella los recompensaba agradecida contorsionando su cuerpo y adoptando con él mil formas inimaginables. Esto era posible gracias a que Histy carecía de pared celular.

Histy era, ni más ni menos, una entamoeba histolytica adolescente, una amiba patógena que, como todas las criaturas de este mundo se veía a sí de tal forma que consideraba a su especie como “los buenos”. Como ella nunca había salido de su charca, nadie podía culparla de amibiasis, de diarreas, de enfermedades. Es más, Histy ni siquiera sabía de esas cosas, ya que las amibas enferman a los humanos solamente cuando penetran en sus cuerpos, y eso generalmente es culpa de los humanos, por sus descuidos o sus malos hábitos.

Así, todo era felicidad en la charca de Histy, hasta que un OENI (objeto enorme no identificado) cayó en la charca, salpicando el agua en todas las direcciones. En su micrométrica proporción, ella vio venir un gigantesco tsunami antes de perder por completo el sentido.

Visto lo anterior en escala macrométrica, el OENI no era sino un niño gordo y torpe que, corriendo, se tropezó con una piedra y
fue a dar de boca a la charca. Una gota de agua atrapó a Histy y fue a dar a justamente a la boca del torpe muchacho sin que éste lo percibiese. Así empezó la tragedia de nuestra querida entamoeba histolytica.


______________________________


Cuando Histy despertó de su desmayo todo estaba oscuro. Tan sólo se sentía remolcada por una corriente tibia muy agradable, algo más viscosa y caliente que el agua a que estaba acostumbrada. Ella no entendía lo que había pasado. Mucho después supo que este fluido era conocido como plasma sanguíneo.

De repente empezó a ver más luz, y se descubrió a sí misma siendo llevada por una corriente junto con millones de seres de color rojo, cuatro veces más pequeños que ella. Se acercó a uno para preguntarle en dónde estaban, pero éste se asustó y se alejó generando alguna especie de extraña señal que Histy no entendió (por el momento).

Leu descansaba tranquilamente en su cuartel dentro del organismo del niño gordo (el OENI), pensando en echarse una larga y reconfortante siesta esa tranquila tarde, cuando de repente, por medio de descargas eléctricas de bajísimo voltaje, sonó una alarma: algún invasor había sido detectado en alguna parte del organismo.


_____________________________


Leu era un joven y valiente glóbulo blanco que gozaba de mucho prestigio entre sus compañeros. Para él, la alarma era una de tantas que se presentaban en el organismo que lo alojaba, pues el niño obeso vivía raspado (con pus) comiendo porquerías en la calle, etc. Así que siguiendo las rutinas establecidas en estos casos, Leu se dirigió a la salida, en donde fue notificado de las coordenadas en donde había sido visto por última vez el cuerpo extraño. No estaba lejos del cuartel. Junto con él salieron cientos de glóbulos blancos en busca del enemigo invasor.

Histy notó enseguida la perturbación en la corriente de plasma sanguíneo por la presencia de muchos cuerpos blancos más o menos de su tamaño. Todo le pareció peligroso, así que decidió escapar por un pequeño conducto secundario. Ahí encontró una enorme plaqueta de colesterol pegada a la pared, ideal para ocultarse.

Pero ella no se dio cuenta que cerca de ahí, observándola, estaba un glóbulo blanco muy bien parecido.

Leu la vio cuando ella intentaba esconderse tras de la plaqueta de colesterol. Su instinto, su ética y su formación profesional le decían que fuera por ella y la devorase. Ella era, sin lugar a dudas, la causa de la gran alarma. Seguramente había sido divisada por algún glóbulo rojo chismoso y paranoico, y de ahí vino todo el alboroto.

Pero algo muy poderoso hacía que Leu no cumpliese con las normas establecidas. En vez de ello, la observaba ahí agazapada, creyendo ingenuamente estar totalmente oculta.

De repente Histy se sintió observada. Volteó y vio a un hermoso (pero aparentemente peligroso) cuerpo blanco viéndola fijamente. Pero su mirada no era de peligro, sino de dulzura. Ella le sonrió para que el glóbulo blanco manifestase sus intenciones.

La respuesta fue otra sonrisa, ésta muy agradable en contraste con la sonrisa nerviosa de Histy. Algo especial estaba pasando. Ninguno de los dos lo entendía, pero las sonrisas de ambos fueron afianzándose.

Leu sintió necesidad de proteger a tan dulce y temerosa criatura. Histy se sintió protegida sorprendentemente.

Leu volvió en sí y se dio cuenta del inminente peligro que corría Histy, así que le indicó un lugar en donde podría quedar más protegida. Le dijo que no saliese de ahí hasta que él volviese. Histy aceptó, comprendiendo el gran peligro que corría si otro glóbulo blanco la descubría.

Histy esperó escondida un rato largo. Estaba desconcertada. El hermoso guardián del orden sanguíneo la había ocultado, pero no había vuelto. El hambre empezaba a sentirse, y su instinto le decía que mordiese alguna célula de la pared del vaso sanguíneo en donde estaba oculta.

Ella, sin embargo, consideraba eso una traición a quien había arriesgado su situación por protegerla. Y cuando el hambre estaba a punto de hacerla desfallecer, llegó Leu con partículas de azúcar sanguíneas, todo un manjar para Histy.

Y ahí, ocultos tras una plaqueta de colesterol B, la amiba y el glóbulo blanco, disfrutaron de un romántico picnic, mientras se concientizaban de lo absurdo y riesgoso de su situación. Fueron instantes preciosos que justificaron de sobra la existencia de ambos seres.

Finalmente, los dos amantes de mundos antagónicos sellaron con un acercamiento total la maravillosa coincidencia existencial (…tantos siglos, tanto espacio, y coincidir).

Ambos sabían que su situación era insostenible, pero los dos sonrieron para no angustiar el uno al otro.

Así, Leu dijo con tristeza a Histy que, por mutua conveniencia, él debía reportarse cuanto antes a su cuartel. Su idea era reclamar la vigilancia del área en donde ahora estaban. Con sus antecedentes, era posible que se la otorgasen, y que pronto regresaría.

Histy confió en sus argumentos, pero ninguno de los dos se dio cuenta que, no lejos de ahí, alguien los espiaba.

Leu llegó a su cuartel y se reportó sin mayor novedad. Solicitó patrullar el área de las arterias lumbares –en donde estaba Histy-, y le fue concedido.

Sin embargo, unos instantes después de que Leu había partido hacia la región lumbar, llegaron al cuartel informes muy serios de incumplimiento, de sedición, de traición.

La ruta de patrulla de Leu era amplia, pero él se encargaba de pasar cada poco tiempo por el vaso sanguíneo en donde la hermosa Histy permanecía escondida, nada más para asegurarse de que todo estaba bien.

Así pasaron varias horas, en que ambos suspiraban por verse una vez más en la siguiente ronda de Leu.

Lamentablemente no tenían la menor idea de lo que se había ya gestado en el cuartel durante la ausencia de Leu.

Cuando Leu regresó al vaso sanguíneo en donde se ocultaba su amada Histy, le sorprendió que ella ya no estuviese ahí. Algo terrible pasó por su mente, y no estaba para nada equivocado.

Se apresuró hacia la arteria lumbar, que constituía un atajo hacia el hígado, y tras una eternidad de pocos minutos confirmó sus temores: un grupo de leucocitos había atrapado a Histy, y, en vez de haberla devorado, la conducían inexplicablemente al cuartel de los glóbulos blancos.

“Ése es un procedimiento anormal”, pensó Leu. “La norma dice que los leucocitos debemos devorar in situ a los cuerpos extraños. ¿Qué estará pasando? ¿Por qué obran así, fuera de procedimiento?”

La respuesta no tardó en llegar a su mente: la llevaban como rehén y como testigo de los incumplimientos de Leu. Sería torturada para que confesara, y después devorarla. Sus declaraciones servirían para después enjuiciar a Leu, quien seguramente también sería devorado, condenado de alta traición al organismo.

No tenía opción: eran cuatro leucocitos (glóbulos blancos) los que custodiaban a la infeliz Histy. Había que atacarlos y derrotarlos antes de que llegasen al cuartel. Lo prioritario era liberar a Histy. Después él afrontaría cualquier suerte que el destino le deparase, pero primero debía liberar a su amada.


________________________



Leu se escondió en una nube de eritrocitos (glóbulos rojos) que iban por la arteria mesentérica superior, más rápido que el grupo que conformaban los cuatro leucocitos (glóbulos blancos) que llevaba arrestada a Histy. Así pudo acercarse sin ser visto.

De repente, Leu saltó sobre ellos, golpeándolos con fuerza. En el desconcierto resultante, apartó a Histy y la llevó con él hacia un vaso sanguíneo que sabía que irrigaba el esófago.

Los irritados leucocitos (glóbulos blancos) emitieron señales de alarma por todo el organismo. Miles de refuerzos salieron inmediatamente de todas partes.

Leu sabía lo que significaban esas señales. Normalmente se usaban cuando aparecían grandes peligros, como el plasmodium vivax (del paludismo), la bacteria yersinia pestis (de la peste bubónica), o el VIH (del sida). El asunto estaba peliagudo, pues era obvio que en cuestión de segundos todos los conductos sanguíneos estarían sobrevigilados.

Ambos enamorados se dieron cuenta de que no habría un mañana. De dejarse arrestar, serían cruelmente devorados. No había más que una salida. No hicieron falta palabras para que ambos entendieran la realidad.

Así, Leu abrazó fuerte a Histy, y ambos se dejaron llevar por la corriente de plasma que se dirigía al esófago. Sobre la ruta, varios leucocitos (glóbulos blancos) los vieron, y empezaron a perseguirlos angustiosamente.

De repente, cambió el paisaje. El vaso sanguíneo por el que iban se bifurcaba en decenas de ductos menores. Leu, que ya había patrullado esa zona, sabía perfectamente que conducían a la parte baja del esófago, justo sobre el peligrosísimo estómago, lleno de ácidos terribles que destruían la materia viva.

Así, ya en el las cardias (la boca del estómago), los enamorados se abrazaron fuertemente durante un brevísimo segundo, y se lanzaron unidos al vacío.

Cayeron sobre la superficie humeante de los jugos gástricos y así se disolvieron para siempre.

______________________


Olvidé mencionar que Dios acoge en el Cielo a los microbios, cuando éstos hacen en la vida lo que tienen que hacer cumpliendo su mandato existencial. También son sus criaturas.

Hoy Histy y Leu viven felices, juntos, eternamente abrazados, en un lugar en donde no existen ni buenos ni malos. Histy disfruta de la natación, conformando de nuevo las mil figuras que solía hacer en la charca de agua fértil en donde alguna vez fue muy feliz.

Leu la observa siempre, extasiado y enamorado.